viernes, 4 de junio de 2004

Epicentro de la energía eolica en la alta sanabria

La subestación, que recibe la producción de los aerogeneradores, reportará 120.000 euros anuales, Aciberos es un pequeño pueblo en la alta Sanabria rayando con Galicia que se ha convertido en un gran generador de energía eólica.


J. A. García

Aciberos, que ya asombró con una fábrica de corriente eléctrica en 1936, hoy en ruinas, proyecta su porvenir sobre el aprovechamiento de energía eólica. Cuenta con la subestación central a la que derivarán sus producciones el rosario de aerogeneradores sembrados por las cumbres, y también tiene sus molinos de viento. La estimación es ingresar, en el 2007, más de 190.000 euros anuales por la actividad energética. La ganadería es testimonial. Y arquitectónicamente es un pueblo que hace gala de mantener el estilo y la identidad.

Aciberos.- Aciberos, cuyos habitantes afirman proceder «de los primitivos celtíberos», es un pueblo refugiado en la Alta Sanabria y habitado por almas que aún tienen a gala el sentido comunitario que antaño distinguió a los pueblos. «Hemos arreglado la iglesia, la ermita, un centro social -que fue la antigua escuela- y el caño del agua» expresan José María San José y José Martínez Silva, que, ya jubilados, alimentan la conversación en plena calle.

Aciberos coincide con el resto de los pueblos de la zona, de la comarca, de la provincia, y hasta de buena parte de la comunidad en la muerte vital que sufre en invierno, y que pone a la vista el sinnúmero de puertas cerradas a uno y otro lado del callejero. Puestos al recuento -una de las aficiones del largo invierno- el pulso del pueblo lo mantienen todos los días del año únicamente una veintena de personas.

La corriente eléctrica ha sido desde siempre un recurso de ilusiones y expectativas. Ya rompió la pana, como innovación, la fábrica de luz emplazada en la cascada del Leira «con la idea de dar corriente a todos los pueblos de la zona». Funcionó en el año 1936, pero sólo para el propio edificio «porque no llegó a instalarse el tendido». Dicen que «el dueño murió y quedó en poder de un sobrino que le pegaba al mango y acabó con el proyecto».

Hoy el sector energético ha vuelto con más fuerza que nunca a escena a través de los parques eólicos y una subestación que recibirá la producción de los aerogeneradores sembrados por los cumbreros de la sierra. A punto de ponerse en marcha, la subestación ocupa un total de 33.300 metros cuadrados y el acuerdo es que, dentro de tres años, el pueblo perciba 0,2 euros (39 pesetas) por cada kilovatio instalado» según precisó el presidente de la Junta Vecinal, Santos Rodríguez. Hasta entonces la cesión es gratuita. La estimación es recibir, a partir del 2007 «120.000 euros (20 millones de pesetas) al año.

Pero el sector energético aún depara mayores beneficios porque el pueblo cuenta, de momento, con nueve postes en el parque eólico del "Poleiro", de 800 kilovatios, cuyos ingresos suman un total de 2.253 euros anuales (375.000 pesetas) por unidad. La aerogeneración incrementará todavía más su presencia y sus beneficios con la puesta en marcha del parque "Frontela", que contempla el emplazamiento en la sierra de Aciberos de 25 postes de 2.000 kilovatios por unidad. Sumando y sumando, en poco tiempo la energía eólica puede nutrir las arcas de este pueblo con más de 190.000 euros (más de 30 millones de pesetas) al año. Otro ingreso, que ronda los 1.100 euros, proviene del arrendamiento del coto de caza "Valdecasares".

Aciberos revive los sábados con la presencia de algunos hijos del pueblo que acuden desde la ciudad para disfrutar de la paz del pueblo. También porque es el día elegido por el vendedor de Hedroso, Delfín García Saavedra, que aparece con su furgoneta para despachar casi de todo (chocolate, detergentes, fruta...) a las amas de casa. Al comerciante le esperan en la plaza prácticamente todas las mujeres del pueblo. «Es un buen momento para ver quién vive» afirma un vecino; y «gracias a que viene y nos sirve porque estamos vendidos» afirma una de las compradoras.

También el sábado por la tarde es el día elegido por el párroco Don Francisco para oficiar la santa misa. «El sacerdote andamos muy mal. No viene todos los sábados, viene para entierros, bodas, bautizos, fiestas... No puede el hombre. Tiene 14 pueblos. Pero cuando hay misa asistimos las personas que estamos en el pueblo».
Endulzan el ambiente las mellizas Marta e Irene, de tres años, que van de aquí para allá entusiastas bajo la tutela de su padre.

La ganadería no tintinea como hace años y pervive de una forma testimonial. Sólo tres vecinos mantienen una veintena de vacas en total en un pueblo que contó «con más de 250 cabezas de vacuno, tres ganados mixtos de ovino y caprino que rondaban, en conjunto, las 1.500 cabezas, y tantos perros como vecinos, o más».

Hoy siguen en la brecha Francisco Gómez con siete vacas y una burra; Luis Prada, con cuatro vacas; Inocencio, con tres vacas y una burra; y Santos Rodríguez, con una burra, «que utiliza para arar un poco». Son pocos animales que, junto con algunos gatos y perros que también mueven el rabo por la zona, están ahí permitiendo a la infancia ver en carne y hueso los dibujos que aparecen en los libros.

La estampa arquitectónica de Aciberos causa una buena impresión porque mantiene el estilo típico sanabrés, si bien con notables signos de modernidad. «Existe la delicadeza de efectuar las restauraciones con piedra del país» resalta José Martínez.
Los paseantes aún pueden disfrutar de las construcciones de antaño, con grandes trozas de granito dintelando los portalones y con las escalinatas exteriores dando acceso a las viviendas. Como en otros puntos, «los maestros de la edificación procedían de Galicia, de la zona de Viana do Bolo».

Daniel Martínez es uno de los que andan estos días afanados en restaurar la vivienda. Para agilizar las obras echan mano, como buenos peones, hasta las mujeres.
Fue un pueblo de enorme movimiento durante la construcción de la línea del ferrocarril Puebla-Orense (1927-1956), que en este trazado exigió los máximos esfuerzos por la hechura de los túneles cuyas polvaredas a tantos enterraron antes de tiempo.
El vallisoletano Zenón San José, carretero de profesión, barruntó el porvenir y recaló en Aciberos donde puso en marcha una de las ventas más notables de la zona. «Vivió en una casa que había junto a la carretera. Se entendió con el pueblo y la alquiló. Tenía cuadra para mulas y vivienda para él» recuerda su nieto, José María San José. «Su reata era la más grande que andaba en la carretera. Traía doscientos cántaros de vino de cada viaje. Más después sacos de bacalo, sacos de harina de trigo para amasar, aceite, garbanzos.

Corrían tiempos de otras costumbres. «Las mujeres no iban a las cantinas, sólo los hombres. Terminaban de recoger el ganado, cenaban -algunos sin cenar siquiera- e iban para la venta de Zenón».

José María San José, que también recorrió en su infancia los caminos con su famoso abuelo, recuerda que «las mulas tenían todas nombre, y siempre nos acompañaba un perro que se quedaba junto al carro por la noche para que no lo robaran. Era su misión».
Los hombres de edad recuerdan a la maestra Petronila, de Lubián. «Venía andando todos los días. ¡Todos los días! Pero que dios la perdone, porque dejó a nuestras padres analfabetos. Aún hoy viven personas de ochenta y más años que no aprendieron a poner su nombre y tienen que poner las huellas». Tampoco jugaba muy favor la dedicación de los escolares «porque iban con los ganados y muchas veces no pisaban la escuela». La formación básica recibió un gran impulso del empeño del sacerdote Don Manuel. «Vio que estábamos tan retrasos y en un concejo dijo: miren, si se ponen de acuerdo les propongo dar clase a sus hijos dos horas diarias por la noche y durante el invierno. Les voy a cobrar un suelo mínimo. Sólo los del pueblo llenábamos la escuela».

Los oficios murieron con la jubilación de sus protagonistas. En la fragua soldaban y caldeaban las rejas, azadas, tenazas y demás útiles de hierro Gil Gómez y su hijo José Gómez. La carpintería corría de las manos de Prudencio Ballesteros y Salvador Ballesteros. También contaba Aciberos con dos hornos comunales que funcionaban al mejor trote, al igual que lo hacían los molinos alimentados con el agua de un canal derivado del río Leira.

Entre los encantos que mencionan los vecinos está el molino de rodezno, propiedad Daniel Tejeira, que «funciona y muele trigo, centeno, maiz y lo que sea». Igualmente atrae la atención un señorial escudo que, en el pueblo, nadie sabe por qué razón está allí.
La construcción del ferrocarril dejó su impronta en Aciberos por diversas razones. Debido a la masa obreras, el pueblo contó con la venta y la cantina de Zenón, pero además con las cantinas de Jaime, Ricardo y la del Gallego. «Los obreros cobraban a la quincena y, algunos, antes de ir para casa se jugaban el sueldo e iban sin un duro». Según recuerdan los hombres de más primaveras del pueblo, «llegaban y jugaban el dinero antes de ir para casa al julepe y a las siete y media».

También recuerdan el barracón de presos -montado en la otra vertiente del río- empleados para trabajar en los funestos túneles ferroviarios. «Iban al tajo vigilados por efectivos de la Guardia Civil, que se quedaban en las bocas del túnel esperando la salida y con el fin de que ninguno escapara». La guerra no dejó en este pueblo una estela de fusilados por los falangistas, pero sí la repudiable imagen de cuatro cuerpos tirados a la vera de la carretera, una de las víctimas, de El Puente de Sanabria. «En una escalera de madera les transportaron del carro a la fosa. Les taparon la cara con unos cartones y se les echó la tierra encima».

El caño de agua, que permite a los habitantes regar como vergeles los terrenos dedicados a la horticultura que tanto juego da a la sana y buena mesa, es una de las obras de las que se sienten orgullosos. «Estuvimos todo el mes de agosto del año 1998 trabajando todo el pueblo. Contamos con una ayuda de la Junta de Castilla y León para material, pero la mano de obra fue por la buena voluntad de todo el pueblo» en palabras de José Martínez.
Aciberos, que reclama mejor acceso a la carretera, atesora un aire, un agua (un vino en algunas bodegas) y unas gentes serranas, afables y solidarias.

Las lindes de las sierras, bajo sospecha, como en los pueblos de Padornelo y Hedroso
La población habla con orgullo de sus dos sierras. Una, de 375 hectáreas, fue adquirida «allá por la década de 1920» a los descendientes de los condes de Benavente. Y la otra, de 500 hectáreas, fue comprada en el año 1958 a Hermisende en una operación recordada por su carga de picaresca y de andar más listos que otros.

«La primera vez que fuimos Manuel y yo nos pidieron 100.000 pesetas y no la pudimos comprar porque el pueblo nos autorizó 75.000 pesetas. Luego mandaron a otros para darles las 100.000 y ese día pidieron 125.000 pesetas. Estando en el mercado del Puente vinieron dos de San Román y mencionaron el interés por la compra de la sierra de Hermisende.

- Nosotros no, porque no tenemos dinero -les dije.
- Es que andamos tras ella- expresaron.

Entonces hablamos de comprarla a medias y quedamos por la mañana en una cantina de Aciberos. Cuando vine se lo comenté al alcalde y temimos que vinieran por otra parte y nos jodieran, así es que, aquella noche, juntamos el dinero que teníamos cada uno en casa y dos personas atravesaron por "Rañalobos" y fueron a Hermisende. A las siete de la mañana aparecieron y estuvimos tomando unas copas y enrollando la cosa para que no fueran. El caso es que no está el alcalde...que tal... que cual...Pero se dieron cuenta, fueron a Lubián, cogieron un taxis y, cuando llegaron a Hermisende, ya estaba comprada».
Hoy las sierras están en el candelero en todos los pueblos con parques eólicos. Hay una enorme confusión de lindes, hay corrimientos y hasta desapariciones. Se estudian al detalle las escrituras y se desconfía de los últimos catastros.

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